"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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01-05-2013 |
Wilki Delgado Correa
Este siglo XXI casi recién comienza a inscribir en la historia sus acontecimientos más significativos a nivel individual, nacional o mundial. Luego el tiempo, en su proceso de sedimentación y encumbramiento, se encargará de convertirlos en patrimonio de las generaciones futuras. Así ha ocurrido con los actos del 1 de Mayo que recuerdan en espíritu a
aquellos mártires de Chicago que fueron inmolados por la injusticia norteamericana, acusados y condenados a la pena capital por un crimen que no cometieron, y en cuyo honor y vindicación se acordó conmemorar en 1890 esta fecha representativa de las luchas obreras, por el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889. Al celebrar esta conmemoración, con manifestaciones festivas o marchas de protestas, con toda su significación y su carga de conquistas para los trabajadores durante más de una centuria, así como los remotos y posteriores reclamos justos de los trabajadores aún insatisfechos en los distintos países, vale reiterar los hechos que son raíces de la misma. El acontecimiento primario en el siglo XIX tuvo lugar el 1° de mayo de 1886, cuando 200.000 trabajadores iniciaron la huelga mientras que otros 200.000 obtenían la conquista exigida por los otros con la simple amenaza de paro.
Una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores era la jornada de 8 horas. El hacer valer la máxima: “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”. Desde aquel acontecimiento ocurrido el 1 de mayo de 1886, que terminó siendo aciago durante los días 2, 3 y 4, pocas cosas esenciales han cambiado en los países sometidos al capitalismo salvaje. Si la huelga fue el instrumento esgrimido por los trabajadores norteamericanos y los
mártires de Chicago, con un saldo de muerte para sus protagonistas, aún hoy las noticias jalonan los derroteros de la clase obrera en procura dejusticia y equidad.
Un testigo visionario de aquellos tiempos, José Martí, expresó en juicio certero, el 15 de abril de 1887, lo siguiente: “no es esta o aquella huelga particular lo que importa, sino la condición social que a todas las engendra”; “menos huelgas habría o durarían menos, si los que las provocan por su injusticia no agravaran las razones de ellas con sus aires altivos, o con alardes de fuerza que enconan la herida de los que ya están cansados de ver ejercitada sobre ellos la fuerza ajena, y entran en el conocimiento y voluntad de su propia fuerza”; y “las huelgas son justas cuando se apoyan en un derecho claro” y es un “sistema justo…salvador y necesario cuando se usa para rechazar exageradas exigencias de los capitalistas”. Ante la realidad norteamericana de aquella época, Martí advertía: “Los pueblos, como los médicos, han de preferir prever la enfermedad, o curarla en sus raíces, a dejar que florezca en toda su pujanza, para combatir el mal desenvuelto por su propia culpa, con métodos sangrientos y desesperados”.
¡Qué gran consejo para el mundo contemporáneo en que tantas injusticias y culpas sociales andan del brazo a pesar de las voces que reclaman un mundo más justo y mejor! Para mayor elocuencia en el relato, Martí se hizo eco de las palabras de uno de los condenados, Georg Engel, antes de morir:
“¿Temblar porque me han vencido aquellos a quienes hubiera yo querido vencer? Este mundo no me parece justo; y yo he batallado, y batallo ahora con morir, para crear un mundo justo. ¿Qué me importa que mi muerte sea un asesinato judicial? ¿Cabe en un hombre que ha abrazado una causa tan gloriosa como la nuestra desear vivir cuando puede morir por ella?”
En fin, así ocurrieron aquellos sucesos de Chicago y se selló la suerte de aquellos mártires cuyos cortejos fúnebres, en su día, fueron acompañados de cientos de sus compañeros y partidarios. Ellos fueron: Georg Engel, alemán, 50 años, tipógrafo; Adolf Fischer, alemán, 30 años, periodista; Albert Parsons, estadounidense, 39 años, periodista, se entregó para estar con sus compañeros y fue juzgado igualmente; Hessois Auguste Spies, alemán, 31 años, periodista; Louis Linng, alemán, 22 años, carpintero. Este último para no ser ejecutado, se suicidó en su propia celda. Siempre estará justificado recordar a estos hombres apasionados por su afán de justicia, pues las ideas que defendían se han concretado en muchos países y reconocidas como derechos humanos internacionalmente, aunque aún reste mucho por conquistar en este terreno, ya que expresaba Martí que… “toda idea justa lleva en sí misma su realización”.
Y qué razón tuvo Martí cuando expresó que “ningún mártir muere en vano, ni ninguna idea se pierde en el ondular y revolverse de los vientos. La alejan o la acercan; pero siempre queda la memoria de haberla visto pasar”.
Retomando el origen primigenio de las luchas obreras y las represiones, que se han sucedido desde siglos hasta nuestros días, cabe afirmar que para la reflexión profunda de Martí quedaba claro que el egoísmo era el sustrato de los males sociales que inquietaban y alborotaban a los trabajadores, y éste prosigue siéndolo en la época contemporánea. Es que la riqueza desmedida engendra “ese culto general a la riqueza, pagado por todos, trae a todos ofuscados. El hombre cree, en engaño, que su principal, si no su único objeto en la tierra, es acumular una fortuna. Y le parece que toda otra dedicación que no sea la egoísta es una mala acción, muy censurable”.
Esa es la filosofía que impregna y emponzoña el alma de los ciudadanos en el capitalismo, que flota como una herencia perniciosa e irradia hacia todas partes; y es que, como expresara el Maestro, “las riquezas injustas; las riquezas que se arman contra la libertad, y la corrompen; las riquezas que excitan la ira de los necesitados, de los defraudados, vienen siempre del goce de un privilegio sobre las propiedades naturales, sobre los elementos, sobre el agua y la tierra, que sólo pueden pertenecer, a modo de depósito, al que saque mayor provecho de ellos para bienestar común. Con el trabajo honrado jamás se acumulan esas fortunas insolentes”. Y es que las sociedades presididas por el gran capital, a pesar de su evolución de siglos y sus variantes alcanzadas y desarrolladas hasta la actualidad, son en esencia autoritarias y antidemocráticas, aunque se vistan de seda y se proclamen paraísos liberales, pues como expresara
Martí visionariamente “…sociedad autoritaria es, por supuesto, aquella basada en el concepto, sincero o fingido, de la desigualdad humana, en la que se exige el cumplimiento de los deberes sociales a aquellos a quienes se niegan los derechos, en beneficio principal del poder y placer de los que se los niegan: mero resto del estado bárbaro”.
Y Martí, oteando el horizonte desde su atalaya en el siglo XIX, barruntaba que “…se viene encima, amasado por los trabajadores, un universo nuevo”, pues analizaba que “...cada hecho de que un trabajador sufre es consecuencia ordenada de un sistema que lo maltrata por igual a todos y que es traición de una parte de ellos negarse a cooperar a la obra pujante e idéntica de todos”.
Por eso, pudo evaluar, tal vez con un atisbo luminoso adelantado, al político y filósofo que puso su obra al servicio de la redención de la clase obrera. De él expresó: “Karl Marx estudió los modos de asentar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos…”. Ante su muerte, expresó con rotundez admirable: “Como se puso del lado de los débiles, merece honor”. Cuando los trabajadores cubanos desfilan a todo lo largo del país lo hacen integrados plenamente, y los trabajadores, campesinos, intelectuales, estudiantes, jóvenes, adultos y viejos, hombres y mujeres, civiles y militares llevan en sí mismos el honor y el deber de rendir el homenaje a la pléyade de mártires de las luchas obreras y el compromiso de que sus ideales e ideas, como instrumentos de lucha revolucionaria del pasado, presente y futuro, se defenderán con lealtad y consecuencia.
En esta hora de la historia, después de andar y desandar tantos caminos, no queda otra alternativa que mirar el futuro con ojos de guerreros y con el alma sensible de los soñadores.
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